Es típico del pensamiento moderno que el justificar lo político consista en reconducirlo y amoldarlo a una situación humana que se supone puramente natural, entendiendo por "natural" dimanada de la sola naturaleza y, por lo tanto, anterior e independiente respecto de toda acción humana. Este tipo de justificación es el que aparece expresamente utilizado en las dos grandes revoluciones liberales: la norteamericana y la francesa. El nuevo orden político, surgido de la revolución, se justificaba por no ser otra cosa que la lógica consecuencia del reconocimiento efectivo, de la declaración de los derechos naturales del hombre. Ese orden político era legítimo por limitarse a ser un mero instrumento al servicio de lo natural, de lo que el ser humano es y posee por pura naturaleza. La revolución –y especialmente la francesa– "naturalizó" su propia obra: la novedad política que llevó a cabo, fue interpretada por la misma revolución como el fruto inmediato del mero atenerse a lo ya dado. Su creación política era justificable en la medida en que pudiera ser pensada como lo contrario: como abstención de toda acción política creadora, como pura pasividad ante lo natural. La revolución sólo había consistido en derribar los artificios que venían impidiendo que lo natural aflorase clara y definitivamente. p. 25