p.293-294 Al convertirse en revolución, en invocación de una verdad universal, la lucha por la justicia se convierte igualmente en ideología. Siguiendo a Hannah Arendt, podemos caracterizar la ideología como una forma de pensamiento político, y práctico en general, en la que un aspecto o factor de la realidad –una necesidad, una frustración, una esperanza irrenunciable– es aislado del resto de la realidad, y es erigido en clave explicativa de todo acontecimiento histórico y, por tanto, en premisa axiomática del argumento que dicta lo que ha de hacerse en la historia. Esto comporta que la experiencia misma, la realidad vivida en su complejidad y particularidad, no aporta nada relevante, ni de cara a la
comprensión del momento, ni de cara a la prescripción de la acción[1]. La realidad es sólo el escenario de un drama en el que lo único verdaderamente decisivo que está en juego es lo que ese aspecto o factor seleccionado reclama, por lo que el objeto de esta reclamación pasa a constituir el criterio único y suficiente de la acción política.

Con este tipo de construcciones teóricas ocurre lo que Raz afirma de las "malas teorías". Una buena teoría intenta comprender la realidad, no promover un cambio en ella. Por el contrario, una mala teoría propugna introducir un cambio en la realidad. Pero, para lograr esto –puntualiza Raz–, necesita ser aceptada, y será aceptada si se presenta como una auténtica teoría, es decir, si afirma no hacer otra cosa que decir cómo es la realidad, ocultando su intención de promover un cambio en ésta[2]. La ideología presenta como mera descripción lo que, en verdad, es prescripción por su parte. Al presentar su meta, la innovación que propugna, como si no se tratara de otra cosa que de la simple constatación de lo ya dado, que del escrupuloso e inexcusable atenerse a lo real, la ideología convierte su objetivo en hecho incuestionable, en pura evidencia, al mismo tiempo que, negando que se trate de un objetivo, se exime de tener que justificarlo. El carácter ideológico de la revolución se pone claramente de manifiesto en el hecho de que la estrategia que utiliza para legitimarse es siempre presentar la radical novedad que promueve, como el simple regreso a lo primigenio, a lo natural y permanente. La revolución se reivindica a sí misma, negando que, en el fondo, ella comporte alguna auténtica novedad.



[1] Hannah Arendt, op. cit., pp. 569-571.
[2] Joseph Raz, op. cit., p. 111.