p. 134 Frente a la ideología, no es ninguna solución la pretensión procedimentalista de establecer unas reglas que sean aceptables al margen del concepto de bien, del deseo o interés, que cada uno posea. Ya hemos visto que esta pretensión es imposible de cumplir. En el fondo, el sinsentido de este proceder estriba en que la razón de la aceptación –y de la definición misma– de las reglas de un ethos –sea éste la polis o el ajedrez– no se encuentra en el concepto de bien que cada uno pueda tener, sino en el concepto de bien que ese mismo ethos representa y encarna. Las reglas de la convivencia política podrán ser independientes quizá de los conceptos individuales del bien; pero no, del concepto del bien político [de cada uno].

Por otra parte, no existe un concepto individual del bien, si por tal cosa entendemos un concepto del bien al margen de todo ethos. Lo que ante el ethos político –o cualquier otro ethos– se presenta como un concepto individual del bien, no es más que el concepto de bien que un individuo encuentra encarnado en un ethos distinto de aquél. Y, efectivamente, este ethos no puede ser lo que justifique las reglas de aquel otro. El bien humano, lo que los hombres desean, sólo existe realmente, sólo es verdaderamente deseable y practicable, en la forma de una determinación ética. Cada ethos constituye una determinación práctica del anhelo de bien; y fuera de todo ethos, no es posible saber en qué consiste realmente desear el bien.