p. 80 Según Aristóteles, cada uno participa de las virtudes en la medida suficiente para su oficio o actividad. Como mandar y obedecer son diferentes específicamente, la virtud del que gobierna y la del que obedece difieren también en especie, siendo la del primero la que debe ser perfecta95. El que gobierna es el que puede y debe adquirir la virtud según la especie perfecta de ésta. Si la virtud es aquella cualidad operativa que perfecciona al hombre absolutamente, es decir, que lo hace bueno en cuanto hombre propiamente, la especie perfecta de virtud será la especie o forma que realiza perfectamente lo que la virtud es, y, en consecuencia, el gobernante político será el sujeto que está en condiciones de llegar a ser, estricta y perfectamente, bueno en cuanto hombre. Y, como la virtud en general consiste en la correcta disposición de un ser para su operación propia, hemos de concluir que la actividad del gobernante político es la forma perfecta de la operación propia del ser humano. El gobierno de la polis es la actividad que permite participar de la virtud en la medida perfecta, y es la actividad para la cual hace bueno al hombre, le dispone excelentemente la virtud perfecta. Ser excelente como gobernante político equivale, sin restricción alguna, a ser excelente como hombre.
Esta es la conclusión a la que llega Aristóteles –y recoge Santo Tomás– en su conocida discusión acerca de si la virtud que hace bueno al ciudadano es la misma o no que la virtud que hace bueno al hombre96. Según Aristóteles, la virtud del buen ciudadano no es la misma que la virtud del hombre bueno, porque no todos los ciudadanos son gobernantes. Conviene destacar cuál es la razón de esa diferencia, porque esta razón no es –como podría esperarse a primera vista– que ser buen ciudadano no es condición para ser buen hombre, o que ser buen hombre es un asunto independiente de la pertenencia y ordenación del hombre a la polis. Si la razón de que esas dos virtudes no se identifiquen es que no todos los ciudadanos participan en el gobierno político, es decir, que se puede ser ciudadano sin ser gobernante, esto es así porque en el ciudadano que sí es gobernante, y sólo en éste, la virtud del buen ciudadano y la del hombre bueno sí se identifican. Efectivamente, esta es la conclusión de Aristóteles: la virtud del ciudadano que gobierna es la misma que la virtud del hombre bueno97, y la preparación, educación y costumbres que hacen a un hombre bueno, son las mismas que lo hacen un gobernante bueno98. Si la virtud que hace bueno al hombre se diferencia de la virtud del ciudadano en general, no es porque aquélla sea una virtud independiente de la condición ciudadana, sino porque se trata de la virtud que sólo puede alcanzar el que posee esta condición de manera íntegra y plenamente activa: el gobernante político.

p. 81 La virtud es la excelencia en el gobernar; la obediencia es la excelencia en el ser gobernado. La virtud hace al hombre bueno en cuanto hombre, y lo hace bueno por ordenarlo al bien común. Como el modo más perfecto de ordenarse al bien común, de participar en él, es hacerlo activamente, gobernando, la excelencia en el gobierno es la virtud en su sentido pleno y eminente, es la cualidad humana que merece por antonomasia el título de virtud. Por tanto, la operación propia del hombre, aquella para la que la virtud hace bueno al hombre al hacer a éste bueno en cuanto hombre, es la operación que tiene en el gobierno político su materialización más elevada y perfecta.

po. 84. Si no hay razones morales para participar en la polis, tampoco hay razones políticas para participar en la virtud: para promoverla en uno mismo y en los demás.
p. 84La apatía cívica, la pérdida de conciencia y responsabilidad ciudadana, resulta fomentada cuando la búsqueda de la perfección moral es entendida como una empresa que nada tiene que ver con la actividad política y con nuestra excelencia en esta actividad. Una ética desvinculada de la política, una ética que no nos proporciona razones morales para la participación política, constituye una invitación a desentendernos del bien común de la polis, a ausentarnos de la escena pública y a eludir el compromiso político, viendo en esto, incluso, una forma de preservar nuestra pureza moral. Así, se potencia "moralmente" el conformismo social, la resignación fatalista ante los cambios políticos, que constituye la actitud más favorable, el clima moral más propicio para el advenimiento de cualquier forma de despotismo o totalitarismo.
p. 88 En buena medida, esto es lo que caracteriza a las sociedades liberales y económicamente desarrolladas de nuestros días. El ciudadano recibe gustoso el mensaje de que su moral es un asunto privado; de que, desde el punto de vista moral, puede desentenderse de la suerte común de la polis, porque ni ésta depende de su perfección moral, ni su perfección moral depende de su compromiso con la polis. Contradiciendo su condición de ciudadano, el hombre aspira a verse liberado de responsabilidades cívicas, para disponer de mayor libertad y de más oportunidades en lo privado, es decir, para poder disfrutar, individualista y despreocupadamente, de una libertad trivial. Renuncia a la participación política, con tal de recibir, como contrapartida, más derechos, entendidos como individuales, y más amplias garantías para estos derechos.
95. Aristóteles, Política, 1259 b 30 – 1260 a 15.
96. Aristóteles, Política, 1276 b 15 – 1278 b 5, principalmente.
97. Aristóteles, Política, 1277 a 20; 1333 a 10.
98. Aristóteles, Política, 1288 b 1.