p. 388 Por esto, lo que se hace por hábito "acon­tece ya como si fuera natural, pues lo habitual es semejante a la naturaleza"80 (Ret. 1370a 6). He aquí la reducción de la doctrina de la ley natural a la doctrina de la virtud. La ley natural no es otra cosa que el modo de obrar que procede de la virtud, el que el virtuoso lleva a cabo con la naturalidad e invariabilidad de quien está determinado a ello, cuando la virtud se entiende como la verdad o plenitud de la naturaleza humana, y cuando ese modo de obrar se interpreta como el objeto de una ley divina.
Todo esto parece implicar que el obrar virtuoso no es sólo obrar lo bueno, sino obrarlo con cierta necesidad. Efectivamente, en la medida en que la virtud opera al modo de la naturaleza, el obrar virtuoso es un obrar dotado de cierta necesidad. Es verdad que no se trata de una necesidad física o metafísica, sino de una necesidad moral, pero, por ser moral, no deja de ser necesidad: es la necesidad que cabe en lo moral, y cuya presencia o ausencia marca una dife­rencia radical en la práctica, existencialmente. Como sostiene Spaemann, tener un carácter virtuoso implica que hay cosas que uno "no puede hacer", que uno es incapaz de hacerlas, como si éstas fueran físicamente imposibles. Ser virtuoso es no ser capaz de todo, y, por el contrario, ser capaz de todo es algo que desca­lifica moralmente81. La virtud nos hace incapaces de ciertas acciones porque hace necesario para nosotros obrar de manera opuesta. 81. Robert Spaemann, Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar, Eiunsa, Madrid, 2003, pp. 227, 228 y 377.