p. 92 El concepto teleológico de naturaleza, que Aristóteles sostiene, implica que el conocimiento de la naturaleza de un ser lo obtenemos del conocimiento de ese ser en su estado acabado, del conocimiento de las características que ese ser presenta cuando ha alcanzado su plena y normal constitución. En otras palabras, todo ser es cognoscible en cuanto que está en acto. Si el hombre alcanza la plena actualización de su naturaleza en la polis, el ámbito político es el ámbito privilegiado para el conocimiento de la naturaleza humana. Esta naturaleza la conocemos cabalmente cuando consideramos al hombre en su condición política.
No es –como pretendían los contractualistas modernos– abstrayendo al hombre de la polis, y situándolo mentalmente en el estado de naturaleza, como podemos captar lo verdaderamente natural del hombre. Al contrario, la naturaleza humana se nos hace patente en la medida en que "politizamos" al ser humano. El modo de ser y vivir que el hombre adquiere en la polis constituye la experiencia más completa de la naturaleza humana y, por tanto, la base empírica más rica y sólida para la intelección de lo que esta naturaleza encierra y de aquello a lo que apunta. La polis representa el contexto adecuado de nuestra búsqueda, de nuestro descubrimiento de lo auténticamente humano. Por esto, el saber político, la comprensión de lo que el hombre es y hace en la polis, es auténtica sabiduría humana, conocimiento último de sí mismo por parte del hombre, desde una perspectiva natural, y no sólo un conocimiento periférico, instrumental o coyuntural. La posibilidad –ya sea natural o sobrenatural- de una apertura del hombre a la trascendencia –a una realidad y a una forma de vida que trascienden lo humano- no cuestiona el valor en sí de lo humano, no altera la medida de su plenitud intrínseca, y no hace de la persecución de esta plenitud un empeño irrelevante, prescindible o completamente sustituible.