RESUMEN:
* El hombre es imagen de Dios, que es un total «Ser-para» (el Padre), «Ser-desde» (el Hijo) y «Ser-con» (el Espíritu santo). El hombre es precisamente imagen y semejanza de Dios porque el «desde», el «con» y el «para» constituyen la figura antropológica fundamental. La concepción roussoniana de la libertad consistente en no depender de nada ni de nadie, tiende a equiparar al hombre con un ser absoluto, y que, al fin y al cabo, no es más que la figura del anti-Dios. Pero lo cierto es que la libertad del hombre es libertad compartida, libertad en la coexistencia de libertades, que se limitan mutuamente y que se sustentan así mutuamente.

*Y SI LA LIBERTAD DEL HOMBRE PUEDE DARSE ÚNICAMENTE EN LA COEXISTENCIA ORDENADA DE LIBERTADES, ENTONCES EL ORDENAMIENTO JURÍDICO NO ES EL CONCEPTO ANTITÉTICO DE LA LIBERTAD, SINO SU CONDICIÓN, MÁS AÚN, UN ELEMENTO CONSTITUTIVO DE LA LIBERTAD MISMA. EL DERECHO NO ES UN OBSTÁCULO PARA LA LIBERTAD, SINO QUE LA CONSTITUYE. LA AUSENCIA DE DERECHO ES AUSENCIA DE LIBERTAD


TEXTUAL:
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§2 * Que no se nos diga ahora que el problema del aborto es un caso especial de carácter específico y que no sirve para aclarar el problema total de la libertad. ¡No! Precisamente en este ejemplo aparece con nitidez la fisonomía fundamental de la libertad humana, su esencia típicamente humana. Porque ¿de qué se trata? El ser de otra persona se halla tan íntimamente entrelazado con el ser de esta persona, de la madre, que por el momento sólo puede subsistir en el ser-con, en la coexistencia corporal con la madre, en una unidad física con ella, lo cual, no obstante, no suprime su alteridad y no permite negar que ese ser tiene un propio ser-sí-mismo. Claro que ese ser-sí-mismo es de manera radical un ser por otro, un ser por medio de otro; inversamente, el ser del otro -de la madre- se halla apremiado por ese ser-con (esa coexistencia) hacia el ser-para, que contradice su propio querer ser-sí-mismo, y que se experimenta de este modo como opuesto a la propia libertad. También hay que añadir que el niño, aunque haya nacido modificándose así la forma exterior del ser-procedente-de y del ser-con , sigue dependiendo exactamente igual de un ser-para. Es verdad que ahora puede entregársele a un hogar infantil de acogida y ordenarlo hacia un ser-para diferente, pero la figura antropológica sigue siendo la misma, sigue habiendo un ser-a-partir-de que exige un ser-para, una aceptación de los límites de mi libertad o, más bien, una vida de mi libertad no vivida desde la competencia, sino desde la reciprocidad. Pero si miramos más allá, veremos que esto no sólo se aplica al niño, sino que, más bien, EN EL NIÑO QUE SE ENCUENTRA EN EL SENO MATERNO SE NOS DA A CONOCER DE MANERA SUMAMENTE INTUITIVA LA ESENCIA DE LA EXISTENCIA HUMANA EN SU TOTALIDAD: TAMBIÉN ES CARACTERÍSTICA DEL ADULTO EL SER CON EL OTRO Y A PARTIR DE ÉL, Y DE QUE EN ADELANTE DEPENDE DE AQUEL SER-PARA, QUE ÉL QUERRÍA PRECISAMENTE EXCLUIR. Todavía puede decirse con mayor precisión: el hombre presupone de manera absoluta el ser-para de los demás, tal como se ha plasmado actualmente en la red de los sistemas de prestación de servicios; pero él, por su parte, no querría verse constreñido por esa realidad coactiva del vivir «desde» y «para», sino que pretende llegar a ser completamente independiente, poder hacer o dejar de hacer lo que se le antoje. Esta exigencia de libertad radical se fue formulando de manera cada vez más clara por el camino de la Ilustración, siguiendo especialmente la línea iniciada por Rousseau, y hoy día determina en buena parte la conciencia universal: no se quiere ser ni un ser de dónde ni un ser adónde, ni un ser desde ni un ser para, sino que se quiere ser enteramente libre. Esto quiere decir que esa exigencia considera la propia realidad de la existencia humana como el atentado contra la libertad, un atentado que precede a toda vida y acción individual; por tanto, partiendo precisamente de su propia esencia humana, se aspira a ser liberado para llegar a ser un «hombre nuevo»: en la sociedad nueva, no podrían existir ya esas dependencias que limitan el propio yo, y ese tener-que-darse-a-sí-mismo.

* En el fondo, detrás de ese deseo de libertad radical propio de la Edad Moderna se halla claramente la promesa: "seréis como Dios". Aunque Ernst Topitsch crea que ninguna persona razonable querría hoy ser semejante a Dios o igual a Dios, sin embargo, al examinar detenidamente las cosas tendremos que afirmar precisamente lo contrario: la meta implícita de todos los movimientos modernos en favor de la libertad es la de ser finalmente como un dios, no depender de nada ni de nadie, no ser limitado en la propia libertad por ninguna libertad ajena. Cuando se examina a fondo ese núcleo teológico oculto de la voluntad de libertad radical, entonces se hace visible también un error fundamental, que hace sentir sus efectos incluso donde no lo pretendían tales radicalismos, más aún, allá donde se rechazan. Tras la pretensión de ser enteramente libre, sin la competencia de otra libertad, sin un «de dónde» y un «para», se esconde no una imagen de Dios, sino una imagen idolátrica. El error fundamental de semejante voluntad radical de libertad reside en la idea de una divinidad que está concebida en sentido puramente egoísta. El dios pensado de esta manera no es Dios, sino un ídolo, más aún, es la imagen de lo que la tradición cristiana denominaría el diablo el anti-Dios , porque en él se da precisamente la oposición radical al Dios real: el Dios real es, por su esencia, un total «Ser-para» (el Padre), «Ser-desde» (el Hijo) y «Ser-con» (el Espíritu santo). Ahora bien, el hombre es precisamente imagen y semejanza de Dios porque el «desde», el «con» y el «para» constituyen la figura antropológica fundamental. Allá donde alguien trata de liberarse de ella, no se está moviendo hacia la divinidad, sino hacia la deshumanización, hacia la destrucción del ser mismo por medio de la destrucción de la verdad. La variante jacobina de la idea de la liberación (denominemos así a los radicalismos modernos) es rebelión contra el ser mismo del hombre, rebelión contra la verdad y, por tanto, conduce al hombre como vio agudamente Sartre a una existencia de contradicción consigo mismo, a una existencia que denominamos infierno [porque entonces el infiernos son efectivamente los demás].

Con esto habrá quedado claro que la libertad está ligada a una medida, que es la medida de la realidad; está ligada a la verdad. La libertad para la destrucción de sí mismo o para la destrucción del otro no es libertad, sino su parodia diabólica. La libertad del hombre es libertad compartida, libertad en la coexistencia de libertades, que se limitan mutuamente y que se sustentan así mutuamente: la libertad tiene que medirse por lo que yo soy, por lo que nosotros somos; en caso contrario, se suprime a sí misma. Pero con esto llegamos ahora a una corrección esencial de la imagen actual de la libertad: una imagen superficial ampliamente extendida. Si la libertad del hombre puede darse únicamente en la coexistencia ordenada de libertades, entonces esto significa que el ordenamiento el derecho no es el concepto antitético de la libertad, sino su condición, más aún, un elemento constitutivo de la libertad misma. El derecho no es un obstáculo para la libertad, sino que la constituye. La ausencia de derecho es ausencia de libertad.

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Por eso, la norma para un derecho que pueda designarse como verdadero y, por tanto, como derecho acorde con la libertad, podrá ser únicamente el bien de la totalidad, el bien mismo.



FUENTE:
RATZINGER, Joseph: Fe, Verdad y Tolerancia (Libro) , , Ed.Ed. Sígueme, 2005 Salamanca II. LA CUESTIÓN DE LA VERDAD Y DE LAS RELIGIONES. 3 La verdad - la tolerancia - la libertad


FUENTE AMPLIADA:
RATZINGER, Joseph: Fe, Verdad y Tolerancia Ed. Ed. Sígueme, Salamanca, 1985 (1983)


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