La naturaleza, que de debería convertirse en maestra, es considerada como una naturaleza ciega que inconscientemente combina, de manera casual, lo que el hombre debe imitar conscientemente
El Cardenal Ratzinger en un discurso pronunciado en mayo de 1989 ante los Obispos responsables de las Comisiones doctrinales de las diferentes Conferencias Episcopales de Europa
p.14 «Es cierto que considerar a la naturaleza como instancia moral sigue estando mal visto. Una reacción marcada por un temor irracional ante la técnica continúa conviviendo con la incapacidad para reconocer un mensaje espiritual en el mundo corpóreo. La naturaleza sigue siendo vista como una realidad en sí irracional, que por otra parte muestra estructuras matemáticas que se pueden evaluar técnicamente. Que la naturaleza posea una racionalidad matemática ha llegado a ser algo, por así decir, tangible; pero que en ella se anuncie también una racionalidad moral es rechazado como una fantasía metafísica. El declinar de la metafísica se ha visto acompañado por el declinar de la doctrina de la creación. En su lugar se ha situado una filosofía de la evolución (que quiero expresamente distinguir de la hipótesis científica de la evolución), que pretende extraer de la naturaleza reglas para hacer posible, mediante una orientación adecuada del ulterior desarrollo, la optimización de la vida. La naturaleza, que de este modo debería convertirse en maestra, es sin embargo considerada como una naturaleza ciega que inconscientemente combina, de manera casual, lo que el hombre debe imitar conscientemente. La relación del hombre con la naturaleza (que ya no es vista como creación) es de manipulación, y no llega a ser de escucha. Es una relación de dominio, basada en la presunción de que el cálculo racional pueda llegar a ser tan inteligente como la «evolución», y conseguir así que el mundo progrese de un modo mejor a todo cuanto ha sido hasta ahora el camino de la evolución sin la intervención del hombre.
p.16 »Debemos hacer nuevamente visible qué significa que el mundo ha sido creado con sabiduría y que el acto creador de Dios es algo fundamentalmente distinto de la provocación de una «explosión primordial». Sólo entonces conciencia y norma podrán retomar de nuevo a una relación recíproca correcta. Entonces se hará visible, en efecto, que conciencia no es un cálculo individualista (o colectivista) sino una con-ciencia con la creación y, a través de ella, con Dios, el Creador. Se hará entonces nuevamente reconocible que la grandeza del hombre no consiste en la miserable autonomía de un enano que se proclama único soberano, sino en el hecho de que su ser deja traslucir la más alta sabiduría, la verdad misma. Se hará entonces manifiesto que el hombre es tanto más grande cuanto más crece en él la capacidad de ponerse a la escucha del profundo mensaje de la creación, del mensaje del Creador. Y entonces aparecerá claramente que la consonancia con la creación, cuya sabiduría se convertirá para nosotros en norma, no significa limitación de nuestra libertad, sino que es expresión de nuestra razonabilidad y de nuestra dignidad. También le es entonces reconocido al cuerpo el honor que le compete: ya no es «usado» como una cosa, sino que es el templo de la auténtica dignidad del hombre, porque es construcción de Dios en el mundo. Y entonces se hace manifiesta la igual dignidad de varón y mujer, justamente en el hecho de ser distintos. Comenzará entonces a comprenderse de nuevo que su corporeidad tiene raíces que alcanzan las profundidades metafísicas, y que da fundamento a una simbólica metafísica cuya negación u olvido no enaltece al hombre sino que lo destruye».
p. 47 A través de ellos [los relatos bíblicos de la creación] vemos de nuevo renovado aquel Espíritu Creador al que también se debe nuestra propia razón. Albert Einstein dijo una vez que en las leyes de la naturaleza «se manifiesta una razón tan considerable que, frente a ella, cualquier ingenio del pensamiento o de la organización humana no es más que un pálido reflejo» (A. Einstein, Mein Welbild, editado por C. SEELIG (Suttgart-Zürich-Wien, 1953)
p.48 Jacques Monod, que rechazaba todo tipo de creencia en Dios como no científica y reconducía el Universo entero a la conjunción del azar y la necesidad, cuenta en su obra (*), en la que resumidamente intenta exponer y fundamentar su visión del Universo que después de sus conferencias, luego convertidas en libro, Francois Mauriac había dicho: "lo que este profesor nos quiere demostrar es más increíble que lo que se le exige creer al cristiano"
(*) J. MONOD, Zufall und Notwendiskeit, Philosophische Fragen der modernen Biologie (München, 1973) págs. 171 y 149.
RATZINGER, Joseph: Creación y pecado (sermones pronunciados en la Catedral de Munich en 1981), Eunsa, Pamplona 2005,