p. 124 Por esto, la ley es necesaria no sólo como información, sino también como moción o compulsión. La ley mueve extrínsecamente a los hombres –venciendo la falta de predisposición de la mayoría de ellos– a la práctica de las buenas acciones, para que mediante la experiencia y la repetición iniciales de estas acciones, los hombres se acostumbren a hacerlas, se familiaricen con ellas, y progresen así hacia la adquisición de la virtud122. Moviéndole a actuar bien, la ley proporciona al hombre una experiencia moral que éste no obtendría de sus solas predisposiciones, y que puede despertar en él el aprecio de ese modo de actuar y la conciencia de la practicabilidad del mismo. De esta forma, el hombre se hace apto para avanzar en la virtud mediante la enseñanza y la exhortación.
Recurriendo a premios y castigos, la ley mueve al hombre a actuar bien, con motivos externos y ajenos a este mismo actuar, pero que son los motivos que resultan eficaces para una voluntad insuficientemente dispuesta, es decir, incapaz de ser movida por el mismo bien que ese obrar constituye. Pero a esta clase de moción le corresponde, constitutivamente, la intención de ser provisional. Su sentido es mover al hombre a la acción correcta, por razones externas e impropias, para que éste llegue a acostumbrarse a actuar así, desarrolle el hábito correspondiente, y pase a realizar esa acción con plena voluntariedad, es decir, movido por el bien intrínseco de ella123.
122. Santo Tomás de Aquino, In II Ethic., 251.
123. Santo Tomás de Aquino, S. Th., I-II, q 95, a 1; In X Ethic., 2150.