[Puesto que yo quiero ser feliz, y comprendo que la vida en común es la vida que más feliz me hace, elijo participar de esta vida en común, y para participar del modo más excelente posible en lo común existen las virtudes morales. El orden del razonamiento es el siguiente: quiero ser virtuoso porque quiero participar del mejor modo posible en la vida en común; y quiero participar de la vida en común porque es el mejor modo, el único modo, de ser plenamente feliz]

El hombre es un ser moral porque es un ser social:

p. 182 El hombre es un ser moral por ser un ser social; y las cualidades morales que le hacen bueno socialmente son las cualidades que le hacen bueno humanamente, si el hombre es social naturalmente.

p. 224 (...) La plenitud de lo que el hombre es consiste en un modo de ser del que el hombre no es capaz en solitario, como individuo, sino solamente con otros hombres. (...)

p. 181 Si la moral –como normas y como virtudes– surge derivadamente, a partir de lo que es una comunidad, un obrar común, entonces, hay que preguntarse de dónde surge, a qué se debe el obrar en común, pues éste no puede proceder, a su vez, de razones morales, de la necesidad de ser mejores: son las razones y exigencias morales las que proceden del obrar en común. Ser mejores es siempre ser mejores en algo y para algo. En consecuencia, la respuesta a esa pregunta sólo puede ser una: el obrar o vivir en común surge del deseo de felicidad. Nos unimos a los demás, en un vivir o actuar común, para ser más felices, para disfrutar de un modo más perfecto de los bienes de la existencia humana, para tener como nuestro –como propio– un bien más perfecto: un bien común. Buscamos la actividad común porque nos hace felices, y por ello, el deseo de felicidad nos mueve a ser virtuosos en esa actividad. Como dice Spaemann, es necesario experimentar que la amistad nos hace felices, para que del deseo de felicidad brote la voluntad de ser amigo, de ser virtuoso en la amistad [Robert SPAEMANN, Crítica de las utopías políticas, Eunsa, Pamplona, 1980, p. 30]. El progreso moral se lleva a cabo en el seno de una comunidad, como un progreso en el conocimiento, apropiación y disfrute de nuestro mejor bien, de nuestra forma más excelente de felicidad. Y como esa apropiación implica una determinada condición subjetiva, según la cual, ese bien mejor corresponde como propio al sujeto, el progreso moral se lleva a cabo también como un progreso en el conocimiento, asunción y excelencia de un ethos subjetivo, de una identidad personal, que se adquiere en el seno de una comunidad.

En ese progreso, se encuentran involucradas una comunidad que se ordena a posibilitar la virtud de sus miembros, y unas virtudes de éstos, que se ordenan a la perfección de esa comunidad. Si bien, en la práctica, no es fácil distinguir entre lo uno y lo otro, entre virtudes que son fines de la comunidad y virtudes que son medios para ella, sí cabe afirmar que, en sentido radical, son las virtudes las que se ordenan, en última instancia, a la perfección de la comunidad. Antes hemos visto que la virtud no es la felicidad misma, sino que se ordena a ésta: la virtud hace posible la actividad excelente. Y acabamos de ver ahora que la comunidad se quiere porque nos hace felices: ella misma consiste en la actividad excelente, en la actividad que es constitutiva del mejor bien, del bien común. Una comunidad se ordena a las virtudes de quienes la forman, en la misma medida en que tal comunidad se ordena a otra comunidad, que requiere, para su perfección, esas virtudes.