p. 81-82 La adhesión –más o menos explicita– al Estado instrumental, y el rechazo de la idea republicana de ciudadanía, se justifican con frecuencia como el único modo de evitar el totalitarismo. Sin embargo, tal suposición es falsa. El totalitarismo no surge de una concepción integradora y arquitectónica de lo político, sino, muy al contrario, de la misma concepción instrumental de ello. El totalitarismo aparece cuando el instrumento que es el Estado se pone al servicio de una totalidad que es de índole no política: la clase, la raza, la nación, la fe, etc. El totalitarismo es siempre ideológico y, por ello mismo, no político, porque la identidad y la comunidad a cuya protección se ordena el Estado, no son una identidad y una comunidad definidas políticamente, sino prepolíticamente. Es precisamente el vacío de sustancia del Estado instrumental, lo que induce a buscar la propia identidad y el sentido de comunidad, en ámbitos pre-políticos y emotivos, preparando así el camino hacia el totalitarismo, que surgirá en cuanto cunda la idea de que es a esa identidad y a esa comunidad a lo que debe ponerse al servicio el Estado.

El totalitarismo encierra, en cierta medida, el deseo de recuperar una existencia común y solidaria, frente al atomismo privatista del liberalismo. Pero intenta llevar a cabo esta recuperación por los canales que ofrece el molde del Estado moderno. El totalitarismo continúa teniendo al Estado como marco de su pensamiento y actuación: el totalitarismo es la otra versión del Estado. El monopolio de lo público hace imposible una participación política verdaderamente activa y significativa. El carácter técnico de lo político priva a este ámbito de sustancia creadora de identidad. Por consiguiente, la identidad colectiva se adquiere por referencia a ámbitos no políticos, en los que se participa de manera más fáctica que activa. La estructura dual que el Estado liberal instaura, compuesta de una burocracia experta, por una parte, y una suma de individuos autónomos en lo privado, por otra, se repite en la forma de una élite "iluminada", y una masa dócilmente "liberada" de su alienación.