p. 308 (...) Este ser humano no es más que eso mismo: un puro ser humano, abstracto, e igual a cualquier otro ser humano. Es un mero individuo, aislado y desituado, que no posee otra cosa que lo puramente natural, que lo dado inmediatamente con el solo hecho de existir. Tomar al hombre como puro ser humano, como individuo provisto sólo de su pura naturaleza –que es el modo como las declaraciones de derechos humanos lo toman– equivale a expulsarle mentalmente de la comunidad de ciudadanos, a privarle de su condición política[1]. Este tipo de hombre, abstracto, solitario y anónimo, que no pertenece ni se debe a ninguna comunidad concreta, es el tipo de hombre del que están hablando las declaraciones de derechos universales, y el que, al mismo tiempo, estas declaraciones están erigiendo en modelo de lo humano.


[1] Hannah Arendt, Ibid., pp. 379-381.