Todo ser se complace en su semejante, porque le es conforme, y si sucede lo contrario, es accidentalmente, en cuanto obstaculiza la propia utilidad. Así, por ejemplo, dos alfareros riñen mutuamente porque uno impide la ganancia del otro. Pero todo bien es semejanza de la bondad divina, como se ve por lo dicho (c. 40), y nada le resta ninguno en particular. Queda, pues, que Dios se complace en todo bien.
En consecuencia, el gozo y la delectación existen con propiedad en Dios. Observemos, sin embargo, que entre el gozo y la delectación hay diferencias de razón. La delectación proviene de un bien con el que realmente se está unido. El gozo, en cambio, no exige esta condición, sino que es suficiente para la razón de gozo el reposo de la voluntad en el objeto querido. Por esto, la delectación, si se toma en sentido propio, es solamente del bien realmente unido al sujeto; el gozo, en cambio, de un bien exterior. Y de aquí resulta que Dios se deleita propiamente en sí mismo y gózase en si y en las criaturas.
SCG L1, CAP 90