RESUMEN:
Sto. Tomás explica que los bienes materiales (incluida la misma salud) no son capaces de saciar completa y establemente el deseo de felicidad del hombre, al menos por tres razones: uno porque los bienes corporales no se buscan por sí mismos, sino que tienen carácter instrumental para los bienes superiores, puesto que el cuerpo es instrumento del alma a ella subordinada; dos, porque en el hombre hay una doble fuerza apetitiva: la sensitiva y la intelctual, y ésta segunda no se sacia con la posesión de bienes materiales, además estos no son capaces de reflejar la plenitud de la bondad universal; y tres, porque el bien apetecido por la inteligencia no está limitado por las condiciones de tiempo y espacio, sino que ha de ser perpetuamente estable.


TEXTUAL:
CAPÍTULO 9 En la segunda petición pedimos que nos haga partícipes de la gloria

(...)

§576. Por consiguiente, la felicidad del hombre, o bienaventuranza, no puede consistir en los bienes corporales (cfr. cap. 108). En primer lugar, porque estos bienes no se buscan por sí mismos, sino que naturalmente se desean en orden a otro, pues convienen al hombre por razón del cuerpo subordinado al alma como a su fin. El cuerpo es el instrumento del alma, la cual le da movimiento; y todo instrumento está hecho para el arte que de él hace uso; y, además, el cuerpo se relaciona con el alma como la materia con la forma, y la forma es el fin de la materia, como el acto es el fin de la potencia. En consecuencia, la felicidad suprema del hombre no consiste ni en las riquezas, ni en los honores, ni en la salud, ni en la hermosura, ni en otras cosas semejantes.

En segundo lugar, es imposible que los bienes corporales sacien al hombre, por múltiples razones. [1ª] La primera, porque existiendo en el hombre una doble fuerza apetitiva intelectual y sensitiva y, por consiguiente, un doble deseo, el deseo del apetito intelectual se dirige principalmente a los bienes intelectuales, entre los cuales no se cuentan los bienes corporales. [2ª] La segunda, porque los bienes corporales, en cuanto ínfimos en el orden de las cosas, no reciben la bondad completa, sino diseminada: uno tiene una especie de bondad, como el placer; otro la salud corporal; y así todos los demás. En virtud de esto, el apetito humano, que naturalmente se dirige al bien universal, no puede encontrar en ninguno de ellos nada que le satisfaga del todo. Tampoco le sirven un gran número de bienes corporales, por grande que sea, pues los bienes corporales están privados de la infinitud del bien universal, de ahí la verdad del dicho del Eclesiastés: «El avariento jamás se saciará de dinero» (Eccl 5, 9).

En tercer lugar, porque el hombre aprehende por medio de su inteligencia el bien universal que no admite límite de tiempo ni de lugar y, como consecuencia, el apetito humano desea el bien según se lo presenta la acción del entendimiento, esto es, no circunscrito por el tiempo. Por esto, es natural en el hombre desear LA ESTABILIDAD PERPETUA, la cual no puede encontrarse en las cosas corporales sujetas a la corrupción y a variaciones innumerables. Es lógico, por tanto, que el apetito humano no pueda encontrar en las cosas corporales la satisfacción que busca; así, pues, no puede consistir en ellas la suprema felicidad del hombre.





FUENTE:
DE AQUINO, Tomás: Compendio de Teología (Libro) , , Ed.Rialp, 1980 Madrid Libro II: [Sobre la Esperanza]


FUENTE AMPLIADA:
DE AQUINO, Tomás: Compendio de Teología Ed. Rialp, Madrid, 1980 (1269)


CLAVES: Felicidad > Bien creado y felicidad > Bienes materiales y felicidad