p. 435 (...) El programa electoral sólo puede ser la expresión de cuál será el punto de partida de esos candidatos en el debate parlamentario, si efectivamente resultan seleccionados para participar en dicho debate. Un verdadero parlamentarismo implica necesariamente que un programa electoral no pueda pasar a ser un programa de gobierno, sin sufrir modificación alguna. La forma de pensar y querer de los representantes antes de participar en la deliberación, no puede ser idéntica a su forma de pensar y querer después de haber participado en la deliberación, si ésta es –claro está– una auténtica deliberación.

(...) Cuando a los representantes elegidos se les exige el cumplimiento escrupuloso de su programa electoral, se está pidiendo que el debate parlamentario sea completamente irrelevante, y se está sosteniendo que las decisiones políticas –la voluntad popular en cada caso– no necesitan estar configuradas públicamente. En definitiva, se está reclamando la suspensión del parlamentarismo: la supresión del parlamento como órgano vivo y efectivo de un régimen político.
La misión de un programa electoral sólo puede consistir en informar a los electores acerca de los candidatos que se presentan bajo ese programa: en informar acerca de cómo piensan y valoran; de cuáles son sus prioridades, sus preocupaciones principales y los centros de su atención; de cuáles son sus actitudes, disposiciones y capacidades, etc. Un programa electoral representa una caracterización general y común de un conjunto de candidatos, y da noticia a los electores de cuáles serían los puntos de vista iniciales, las perspectivas y consideraciones que se harían presentes en la deliberación pública si tales candidatos fueran elegidos. La función de un programa electoral es la que puede corresponder a la auto-definición de un partido político como organización electoral. Un pueblo que exige a sus representantes el cumplimiento exacto de su programa electoral, está induciendo a éstos a ejercer el poder de manera electoralista.