p. 152 El poder no es lo mismo que la fuerza, aunque es cierto que aquél puede servirse de ésta. La fuerza es una realidad física y, como tal, puede ser poseída tanto colectiva como individualmente. El poder, en cambio, es una realidad moral, es una praxis o cometido institucional, que sólo existe comunitariamente y que sólo puede ser tenido en el seno de una comunidad. En rigor, no puede hablarse de poder individual. A diferencia de la fuerza, que puede ser aplicada a las cosas, y al hombre en cuanto cosa, el poder sólo puede ser ejercido respecto del hombre, tomado éste en cuanto hombre precisamente. El poder es algo profundamente humano, que responde al carácter social que el hombre tiene por naturaleza.
El poder surge en sociedad, aparece cuando los hombres se unen en la realización de algo común. Una sociedad –sea del tipo que sea– es una voluntad común, un querer compartido de algo común. Pero una voluntad común, para ser verdaderamente práctica y eficaz, para traducirse en resultados efectivos de cara a la consecución de su objeto, necesita ser determinada, necesita recibir la determinación adecuada, en el momento adecuado. El poder es la facultad de determinar la voluntad común, dando así eficacia a esta voluntad. Tiene poder –podemos decir también– aquel o aquellos cuya voluntad sobre lo común o colectivo es eficaz, es decir, es capaz verdaderamente de concretar lo común, de conseguir que lo común adquiera la determinación querida para ello por dicha voluntad. Y esta determinación de lo común es, al mismo tiempo, la determinación de la voluntad que lo tiene por objeto: es la determinación de la voluntad común, que hace eficaz esta voluntad. El poder sólo surge en sociedad porque sólo en sociedad surge la necesidad que el poder viene a cubrir. Toda colectividad necesita disponer de la capacidad para concretar en cada momento su propio objetivo común, de un procedimiento o recurso para determinar lo que en esa colectividad se quiere y se hace. Y este procedimiento siempre consistirá en la existencia de una o unas voluntades particulares, a las que, por alguna razón, les corresponde ser eficaces en su querer sobre lo colectivo, como medio necesario para dar eficacia práctica a la colectividad misma. El poder es, pues, una necesaria función o facultad institucional.