La moral surge con el empeño de hacer algo en común, de vivir en común. Es ese fin o bien que nos proponemos en común, lo que da sentido y valor moral a nuestras inclinaciones y a nuestras cualidades operativas. La inclinación a la autoconservación – por ejemplo– no tiene valor moral –no funda una obligación– en cuanto pura inclinación inmediata, sino en cuanto que apunta a algo –la propia vida– que es condición de un bien común[Robert SPAEMANN, "La naturaleza como instancia de apelación moral", en R. ALVIRA y A. J. SISON (eds.), El hombre: inmanencia y trascendencia, vol. I, Universidad de Navarra, Pamplona, 1991, p. 64]. El bien común que está en juego es lo que puede establecer la validez o invalidez, la suficiencia o insuficiencia, de las inclinaciones y motivaciones que ya estén presentes. Las inclinaciones que cabe atribuir al hombre en cuanto sustancia, ser vivo y animal, sólo cobran sentido moral al ser incorporadas a la inclinación social del hombre.