p. 26 (...) si el anti-perfeccionismo del Estado lo entendemos referido a las identidades que se adquieren en el seno de otras formas sociales, estamos, una vez más, ante un rasgo que no es específico del liberalismo, sino común a la casi totalidad de los órdenes políticos. El Estado no busca perfeccionar a sus ciudadanos como hijos de sus padres, como amigos de sus amigos o como fieles de su religión, sino, precisamente, como ciudadanos de ese Estado. Un Estado confesionalmente católico, por ejemplo, no se ordena realmente a perfeccionar a sus ciudadanos en cuanto católicos. No sólo porque es posible ser buen católico sin participar del Estado: como monje o eremita, por ejemplo; sino, fundamentalmente, porque tal Estado impondrá al católico unas exigencias que no dimanan esencialmente de su religión. Más que exigir la perfección religiosa, el Estado plantea nuevas exigencias para esa misma perfección, siempre y cuando la perfección religiosa incluya el cumplimiento de las exigencias ciudadanas. El Estado puede perfeccionar como cristiano al ciudadano, en la medida en que el ciudadano que es cristiano deba ser un buen ciudadano para ser un buen cristiano