p. 64 y 65. En definitiva, para entender correctamente la relación entre el hombre y la polis, entre la persona y la sociedad, es preciso recuperar, en todo su contenido y alcance, el concepto de participación77. Este concepto es la clave para poder comprender que cuando hablamos del hombre y de la sociedad, del bien personal y del bien común, no estamos hablando de dos sujetos, ni de dos bienes, que sean realmente separables, externos y ajenos, el uno del otro. El bien común, como bien o perfección de la sociedad, es el objeto de una acción o praxis común, respecto de la cual las acciones de las personas singulares son la articulación concreta de dicha praxis y la participación de éstas en ese bien común, siendo estas acciones las más propias y perfectas de las personas singulares.
Es este concepto lo que se encuentra ausente en los planteamientos anteriores. En el totalitarismo, el bien total es un bien al que el hombre se ordena sin participar verdaderamente en él: se ordena externamente y, por tanto, instrumentalmente. En el individualismo, el único bien propio del hombre es un bien individual y, por tanto, imparticipable, para el cual el individuo se sirve instrumentalmente de la sociedad, como realidad externa y separable de sí mismo y de su propio bien. Finalmente, el personalismo, que intenta superar estos planteamientos, no acierta a identificar la verdadera causa de éstos, porque la degradación del hombre, el olvido de su condición personal no procede de haberlo ordenado demasiado a la polis, de haberlo hecho excesivamente partícipe de ésta, sino de haberle desprovisto de auténtica participación.
77. Rafael Alvira y Alfredo Cruz Prados (eds.), "Participación: entre filosofía y política", Anuario Filosófico, XXXVI/1-2 (2003).