Conviene que nos detengamos en este punto porque el carácter constitutivo de lo político ha sido especialmente olvidado por el pensamiento moderno, y este olvido es uno de los rasgos más característicos –quizá el más característico– de la teoría política moderna. Para la mente moderna lo político consiste habitualmente en una estructura instrumental al servicio de una realidad humana previa, constituida y definida prepolíticamente: una concreta condición humana, un tipo de vida o actividad, un patrón o medida práctica de lo humano. Lo prepolítico es presentado como lo natural, lo espontáneo y necesario, lo dado primordial e inmediatamente. Lo político aparece como lo artificial, lo añadido libre y contingentemente: como un mero revestimiento exterior de lo que existe, y es como es, por sí mismo. p. 24
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Lo político es el artefacto cuya construcción es requerida para garantizar el contenido de esa supuesta condición humana natural. La legitimidad de lo político radica por tanto en la adecuación de lo político a lo prepolítico, en la utilidad de lo político para un contenido humano ya constituido. p . 25
Era lógico que la revolución justificase de esta manera su propia realización política, ya que la revolución era hija de la Ilustración, y ésta representaba el rechazo de la tradición y la instauración consiguiente de la pura razón. La Ilustración invalidaba toda tradición y, por esto, negaba que ella fuera deudora de alguna o que estuviera creando una nueva. Sus creaciones –su ciencia, su moral, su derecho, su política– eran puramente racionales, resultados de un razonar libre de todo presupuesto. Si la racionalidad se entendía por contraposición a la tradición, la racionalidad tenía que equivaler a pura naturalidad, a pureza originaria, a ausencia de mediaciones. El rechazo total de la tradición suponía necesariamente postular la posibilidad de apoyarse inmediata y exclusivamente en lo natural, de cara al establecimiento de lo humano.
Este modo de pensar y justificar lo político ha seguido operando posteriormente, adoptando diversos matices y modulaciones. Frente a lo político –lo instrumental, lo estructural, lo formal– se ha seguido postulando algún tipo de realidad humana como lo auténticamente natural, como lo sustantivo y prepolítico, a lo que lo político debía amoldarse. La reflexión política, centrada en el poder –un instrumento–, ha dado cauce a una pluralidad de ideologías políticas, cada una de las cuales ha consistido en una diferente respuesta a una misma pregunta: la pregunta que surge necesariamente cuando lo político se entiende como instrumental: ¿cuál es el sujeto de lo político, al servicio de quién o de qué ha de estar el instrumento político, el Estado?
p. 26: La realidad humana que ha sido afirmada como sujeto y sustancia del Estado, como lo natural y prepolítico, ha consistido unas veces en una condición individual y universal, y en otras ocasiones se ha tratado de una condición colectiva y particular. El universalismo de los derechos originarios del individuo ha competido con el particularismo de la raza, de la nación o de la clase social, por el título de sujeto verdadero del instrumento estatal. Aunque diferentes, este tipo de opciones testimonia un mismo fenómeno: cuando lo político se concibe como instrumental, lo constitutivo del ser humano, lo verdaderamente valioso e identitario es buscado en ámbitos que se suponen no políticos, en ámbitos privados –individuales o comunitarios– cuya existencia y configuración se declara independiente de la fría estructura política. El hombre se repliega sobre lo más inmediato en busca de su autenticidad, y se produce así una especie de privatización o interiorización de la verdad de lo humano, de la realización de aquello en lo que consiste ser hombre.