pp. 34-35: El carácter constitutivo de la polis es el fundamento de esa disposición humana que llamamos "patriotismo": es la razón de la índole moral –de virtud– que posee esta disposición. Tradicionalmente, el patriotismo ha sido incluido entre las formas de la virtud de la religión o de la piedad, que es la virtud que nos dispone correctamente con respecto a Dios, a la patria y a los padres: los tres objetos de esta virtud, que especifican sus formas particulares. Lo que tienen en común estas tres realidades, que las hace materia común de una misma virtud, es el hecho de ser –cada una de ellas a su modo– origen necesario de nuestro ser, principio al que estamos ligados constitutivamente, en virtud de lo mismo que somos, y al que, por tanto, debemos estar ligados también –religados– moralmente: consciente, operativa y afectivamente. De Dios, de la patria y de los padres recibimos nuestro ser, por lo que nuestra acción hacia ellos no puede ser estrictamente justa: no podemos retribuirles lo que les debemos. Por esto, esta virtud aparece en la tradición tomista como una parte potencial de la justicia.
Si la polis fuera simplemente instrumental, no habría razón para el patriotismo, pues la relación con un instrumento es una relación técnica, no moral. Con respecto al modo de ser del ciudadano, la polis de éste sería algo tan indiferente, superficial y sustituible como cualquier otra polis. Ante la concepción instrumentalista de lo político, surge inevitablemente la pregunta que ya Rousseau se planteaba: "¿Cómo amarán los hombres a su patria si ésta no es más para ellos que para los extraños, y les otorga sólo lo que a nadie puede negar?"21. Una polis sólo instrumental no sería, en verdad, patria, no nos engendraría de algún modo, y su existencia sería, para el ciudadano, moralmente irrelevante.