p. 112 (...) es en la consideración de un ethos, como se nos hacen presentes fines para la acción humana. Cada ethos encarna la persecución de un fin común y una forma concreta de perseguirlo, y desde ese fin común quedan definidos los fines particulares que corresponden a la acción de cada uno de los participantes en ese ethos. Sin referencia a fines, no estamos tratando ningún asunto práctico. Nada consta en nuestra mente por la razón práctica si no es en virtud de la ordenación de algo a su fin; y lo que conozcamos por la razón práctica, será tanto más firme, cuanto más último y común sea ese fin [TOMÁS DE AQUINO, S.Th., I-II, q. 90, a. 2, ad 3]. Una reflexión sobre una realidad, que omite la consideración de los fines –comunes y particulares–, para considerar sólo tendencias estructurales y subjetivo-individuales, es una reflexión sociológica, más o menos teórica o empírica, pero no es una reflexión práctica: ética y política.
p. 113 La acción se configura desde el todo hacia las partes, y éstas cobran realidad y forma, como búsqueda progresiva de la actualización del todo.
p. 114 Para la acción política, sí contamos con un sustantivo con el que nombrar su ethos correspondiente: polis. La acción política es racionalizable en cuanto acción que configura, actualiza y plenifica un ethos concreto: la polis. Su racionalidad no le viene de su sometimiento a un orden extrínseco –jurídico o sociológico–, sino del orden que ella actualiza. Es racional en cuanto acción ordenadora; no, en cuanto acción ordenada.

[ejemplos: los que quedan para tomar un café, y uno se toma toda la leche.// o del juego de ajedrez]
Cada ethos mide qué disposición apetitiva es apropiada de cara al saber obrar en ese ethos.
p. 132 (...) En el ethos constituido por una partida de ajedrez, para saber qué hay que hacer, para saber obrar, es necesario querer lo que corresponde querer a un jugador de ajedrez: el deseo correspondiente a este ethos subjetivo. Y este deseo es el de vencer al contrincante, consistiendo ese vencer en "matar a su rey". Sólo desde este apetito, desde esta inclinación de la voluntad, se puede conocer la acción verdadera en cada momento. No basta conocer las reglas del juego, ni cómo se mueven cada una de las piezas. Si lo que se desea es algo distinto de vencer-matando-al-rey del contrincante – por ejemplo, eliminar del tablero el mayor número posible de piezas del otro, o disponer las propias de la forma más bonita posible–, es imposible que se sepa obrar bien, que se conozca lo que hay que hacer en el juego del ajedrez.