RESUMEN:
Todas las cosas apetecen el bien, incluidas las que desconocen su fin. Si esto no fuera así, sería muchísima casualidad que la inmensa mayoría de los seres tendiera a lo que le conviene. Las cosas pueden ser dirigidas a un fin de dos maneras: a) Descononciendo el fin o b) Conociéndolo. Los seres que desconocen su fin pueden ser conducidos por un movimiento violento, como la flecha por el arquero, o imprimiendo en el ser la causa del movimiento, por ejemplo la gravedad en los graves; y de este modo cada cosa nautral está inclinada hacia lo que le es conveniente. Y puesto que todas las cosas están inclinadas hacia sus fines por Dios, y Dios no tiene más fin que sí mismo, todo tiende hacia Dios.


TEXTUAL:
Sed Contra

4. Todas las cosas apetecen su perfección; y todo, en la medida ya es perfecto, es bueno; luego todas las cosas apetecen el bien.

RESPUESTA

Hay que decir que apetecen el bien todas las cosas, no sólo las que tienen conocimiento sino también las que carecen de él. Para verlo con claridad, hay que saber que algunos filósofos antiguos [cf. Aristóteles, Phys. II, c.12] afirmaron que los efectos convenientes en la naturaleza provenían por necesidad de causas precedentes, pero no porque las mismas causas naturales estuvieran dispuestas del modo conveniente para obrar tales efectos. Esto lo refuta el Filósofo en II Phys. [c.3], porque, según esa teoría, lo conveniente y lo útil, si no era buscado de algún modo, procederían por casualidad y, así, no sucederían la mayoría de las veces, sino las menos de las veces, como decimos que ocurre con las demás cosas que ocurren por casualidad. Por consiguiente, es necesario decir que todas las cosas naturales están ordenadas y dispuestas hacia sus efectos convenientes.



Hay dos formas de estar ordenado o dirigido hacia algo como a un fin: a) por sí mismo, como el hombre que se dirige a sí mismo hacia el lugar al que va; b) por otro, como la flecha que es enviada por el arquero a un lugar determinado. Sólo pueden dirigirse por sí mismas las cosas que conocen el fin, pues es necesario que quien dirige tenga alguna noción de aquello a lo que dirige. Mas pueden ser dirigidas a un fin determinado por otro las cosas que carecen de conocimiento, como es claro en el ejemplo de la flecha. Y esto ocurre de dos modos: a) unas veces, la cosa que se dirige a un fin únicamente es impelida y movida por quien la dirige, sin que éste le transmita forma alguna por la cual se le pueda atribuir a la cosa esta dirección o inclinación; este tipo de inclinación es violenta, y así el arquero inclina a la flecha a un blanco determinado. h) Otras veces la cosa dirigida o inclinada a un fin recibe de quien la dirige o mueve una forma, por la cual podemos atribuirle a ella esta inclinación; este tipo de inclinación es natural, pues parece tener un principio natural. Por ejemplo, quien dio a la piedra gravedad, la inclinó a ser arrastrada hacia abajo por naturaleza y, así, el causante es motor en las cosas graves y leves, de acuerdo con el Filósofo en el VIII de la Física. Y de este modo, todas las cosas naturales están inclinadas hacia lo que les es conveniente, y tienen en sí mismas un principio de su inclinación, en razón del cual su inclinación es natural, de modo que ellas mismas van, y no sólo son llevadas a sus fines debidos; lo violento únicamente es llevado, porque no colabora nada con el que lo mueve; lo natural, en cambio, además va hacia los fines, por cuanto colabora con quien inclina y dirige mediante un principio inserto en sí mismo.



Ahora bien, lo inclinado y dirigido hacia algo por alguien, está inclinado hacia lo que pretende quien inclina o dirige; así, la flecha se dirige al mismo blanco que pretende el arquero. Por eso, dado que todas las cosas naturales están inclinadas hacia sus fines por Dios con una inclinación natural, es necesario que aquello hacia lo que se inclina naturalmente cualquier cosa sea lo que es querido y pretendido por Dios. Pero como Dios no tiene más fin de su voluntad que sí mismo, y Él es la esencia misma de la bondad, es necesario que todas las demás cosas naturales estén inclinadas al bien. Mas apetecer es lo mismo que dirigirse hacia algo, tender a algo adaptado a uno mismo. Por eso, ya que todas las cosas están ordenadas y dirigidas por Dios al bien y, así, en cada una de ellas hay un principio por el cual tienden al fin, como dirigiéndose al fin, es obligado decir que todas las cosas naturales apetecen el bien por naturaleza. Si estuvieran inclinadas al bien sin que hubiera en ellas un principio de inclinación, se podría decir que estaban llevadas al bien, pero no que apetecieran el bien; pero, en razón de este principio intrínseco, decimos que todas las cosas apetecen el bien, como si espontáneamente tendieran al bien. Y por eso, también dice Sab 7 [en realidad Sab 8,1] que la sabiduría divina dispone todo con suavidad, porque cada cosa tiende por movimiento propio a aquello hacia lo que ha sido ordenado por Dios.



FUENTE:
DE AQUINO, Tomás: Opúsculos y cuestiones selectas, vol. 2 (Libro) , , Ed.BAC, 2003 Madrid Q. sobre el apetito del bien, art.1 Si todas las cosas apetecen el bien (De Veritate, q.22)


FUENTE AMPLIADA:
DE AQUINO, Tomás: Opúsculos y cuestiones selectas, vol. 2 Ed. BAC, Madrid, 2003


CLAVES: Apetitos del hombre > Apetito del bien en todos los seres > Todas las cosas apetecen el bien