Al adquirir un determinado carácter –virtuoso o vicioso–, no permane­cemos como equidistantes entre el bien y el mal, entre obrar de un modo y obrar de modo contrario. Si el carácter es virtuoso, el bien se nos hace próximo, inmediato, dominante, mientras que el mal se vuelve remoto, ajeno y repulsivo hasta hacerse impracticable. Para el hombre justo, obrar injustamente no sigue siendo tan posible como para el injusto, sino que sólo es posible por accidente82. El virtuoso, para obrar mal, tendría que hacerse más violencia que el continente para obrar bien. Para el virtuoso, obrar mal es virtualmente imposible, y obrar bien, virtualmente necesario. De aquí la importancia que tiene en Aristóteles el que el carácter, el modo de ser sea voluntario, es decir, proceda de nuestras mismas elecciones, pues somos responsables de lo que hacemos por carácter, porque somos responsables del carácter que poseemos83.
81. Robert Spaemann, Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar, Eiunsa, Madrid, 2003, pp. 227, 228 y 377.
82. EN 1137a 19-25.
83. Sarah Broadie, Ethics with Aristotle, Oxford University Press, New York, 1991, p. 161.