RESUMEN:
La libertad (humana y divina) no depende para nada de la propia naturaleza. Es un puro querer que fundamenta la obligación. El hombre ya no se concibe como una criatura naturalmente atraída por su creador, sino como un ser que cumple unos mandatos a fuerza de voluntad. De una ética del amor (también del amor apasionado), hemos pasado a una ética de la obligación.


TEXTUAL:
p.301, §.2 He aquí, una frente a otra, la libertad de Dios y la libertad del hombre concebidas como dos absolutos, pero con la diferencia de que Dios dispone de toda la omnipotencia con respecto a su criatura y puede, por consiguiente, imponerle su voluntad. Habiendo liberado la libertad de toda dependencia respecto de la naturaleza, lo que es válido tanto respecto a Dios como al hombre, Ockham no puede ya concebir otras relaciones entre el hombre y Dios, como con otras libertades [de los hombres entre sí], que las que proceden de la voluntad y del poder: tal es la ley, expresión de la voluntad divina, que actúa con la fuerza de la obligación. De esta forma, la ley y la obligación ocupan el centro de la moral de Ockham, se convienen en su núcleo y en su fuerza. Para él, la obligación va a formar el elemento constitutivo y la esencia misma de la moralidad. «La bondad y la malicia connotan que el agente está obligado a tal acto o a su contrario» [«Bonitas moralis et malitia connotant quod agens obligatur ad illud actum vel eius oppositum» II, Sent., q. 19 P]. El concepto de moralidad no implica ninguna otra cosa más que la obligación, en que se encuentra aquel que actúa, de llevar a cabo una acción determinada. El hecho de [cumplir con] la obligación, y no ya la observación de un orden real, determina la distinción entre la bondad y la maldad morales ([A. Garvens, Grundlagen der Ethik von Ockham, en «Franzikanische Studien», 21, (1934), p.271]. Hacer el bien será hacer aquello a lo que se está obligado a hacer; y hacer el mal, será hacer lo contrario de lo que se está obligado a hacer [«Malum nihil aliud est quam facere aliquid ad cuius oppositum faciendum aliquis obligarur» (II Sent. q. 4 y 5 H)].

Ockham sitúa la idea y el sentimiento de la obligación en el centro de la moral hasta el punto de someterles la misma caridad. En efecto, el amor a Dios ya no tiene para Ockham un valor directo, esencialmente moral; depende de la voluntad libre de Dios. La famosa suposición de que Dios pueda ordenar a un hombre el odiarle, así como odiar a su prójimo, y hacer meritorio el odio, es perfectamente significativa a este respecto. Ockham llegará a sostener que Dios puede, sin injusticia alguna, reducir a la nada, o también, dañar a un hombre que le ama por encima de todas las cosas y se esfuerza en agradarle con sus obras, pues puede hacer lo que quiere con sus criaturas sin ser deudor de nadie (IV Sent. q. 3 Q). Estas afirmaciones extremas manifiestan con total claridad que el centro de la moral, para Ockham, no es ya el amor [no es un impulso interno] sino la obligación [impulso externo] surgida de la pura voluntad y libertad divina. O, si se quiere, el amor para él tiende a confundirse con la obediencia a la obligación.

En consecuencia, el dominio de la moral va a estar circunscrito por el de las obligaciones morales. Se extenderá tanto como las obligaciones, pero se detendrá asimismo en sus límites: lo que escapa a la obligación o la sobrepasa, como la aspiración de la caridad hacia la perfección, no pertenece ya a la moral propiamente dicha.



FUENTE:
PINCKAERS, Servais: Las fuentes de la moral cristiana, Ed.Eunsa, 2000 Pamplona II. Esbozo de una historia de la teología moral, CAPÍTULO X LA TEOLOGÍA MORAL A FINALES DE LA EDAD MEDIA: LA REVOLUCIÓN NOMINALISTA


FUENTE AMPLIADA:
PINCKAERS, Servais: Las fuentes de la moral cristiana Ed. Eunsa, Pamplona, 2000 (1985)


CLAVES: Nominalismo > La obligación como centro de la moral